Diario Página 12

13/06/2010

Algún lugar encontraré

 

Obsesionada durante años con esas fotos pintadas que veía en los livings de familias salteñas donde estaba trabajando, Florencia Blanco las fotografió, las compró, las coleccionó y convivió con ellas durante largo tiempo sin saber qué hacer. Hasta que finalmente, esos retratos de personas muertas, algunas que ni siquiera habían estado en el país, tomaron la forma de una muestra que los encuentra retratados nuevamente, en lugares tan insospechados como los caminos de la memoria por los que todavía transitan.

Por Mercedes Halfon

 

Florencia Blanco nació en Francia pero se crió en Salta: tal vez por eso su obra se encuentre en el cruce entre una dimensión reflexiva, sobre la fotografía y sus orígenes técnicos, y otra cálida, sobre ambientes, colores y costumbres que transcurren más acá de la teoría. Este último rasgo fue el predominante en su trabajo Salteños, donde interiores y exteriores de la ciudad del noroeste aparecían una y otra vez, cargados de vitalidad popular, en momentos de recreo o de hogareña familiaridad. Fue mientras hacía este trabajo que se topó con el germen de Fotos al óleo. En alguna de las casas que visitó para fotografiar, vio colgadas en las paredes esas impresionantes fotografías antiguas: retratos coloreados flotando sobre esfumados fondos lisos, contenidos en marcos lujosos y delicados vidrios bombeé.

Las fotos al óleo tuvieron su apogeo en nuestro país –y de forma similar en toda Sudamérica– alrededor de los años ‘50. Medio siglo antes la técnica había sido inventada y utilizada a rabiar en Estados Unidos, que luego exportó las máquinas. Aquí se instalaron en ciudades como Buenos Aires o Córdoba desde las que vendedores ambulantes partían a recorrer los pueblos del interior, ofreciendo casa por casa esa extraña clase de poster. Blanco explica: “Te vendían que de una foto pequeña te hacían una reproducción grande. Le sacaban una foto y la copiaban muy clarita, como si fuera un dibujo a lápiz. A la cara la iluminaban con unas pinturitas Kodak que eran casi transparentes, entonces quedaba el detalle de la fotografía. Pero el fondo y la ropa lo llenaban con otro tipo de pintura que cubría totalmente la imagen. Ese fue el modo que se le ocurrió a alguien de hacer fotos grandes, para colgar en la pared. Es muy probable que esas fueran las primeras fotografías grandes que esas personas colgaron en esas casas”.

Es por eso que en su primer recorrido a la caza de estas imágenes, Blanco se encontró con fotos al óleo de abuelos dinamarqueses que nunca habían pisado la Argentina, o de bisabuelos vascos que ninguno de los actuales habitantes del hogar había conocido. Muchas veces las fotos que se hacían eran de padres o hijos muertos, o que habían quedado del otro lado del mar. El retrato era entonces una forma de que esas presencias permanecieran, aunque sea fotográficamente, y que a través de la “pátina pictórica” quedaran eternizadas aún más: como si ese pequeño lujo que implicaba la capa de “óleo” las acercara al objeto único que es un cuadro. En las fotos al óleo la dimensión simbólica de la fotografía, ese invento ligado a detener la muerte y representarla en cada imagen, parece refortalecida.

Sin embargo, las fotos que Florencia Blanco tomó de los livings con estas imágenes colgadas no la convencieron, ninguna quedó en la edición final de Salteños. Tiempo más tarde, volvió a encontrarse con esas fotografías, esta vez separadas de su entorno, en el mercado de pulgas de Dorrego. Había una atracción ahí de la que no podía escapar: “Yo decía ¿qué hago con estas imágenes que me resultan tan interesantes? Como no me salían las fotos en las casas, pensé: aunque sea las colecciono. Encontré un hombre que me las iba guardando, me las vendía de a cinco, de a seis por un peso, porque él usaba los marcos. Fui juntando y cuando tenía como setenta quise volver a las casas donde los tenían”. Con la colaboración de Patricia Viaña en producción, Blanco fue a esas casas de Salta –y luego Córdoba y provincia de Buenos Aires– buscando historias encapsuladas en las imágenes y el recuerdo de sus herederos. Pero nuevamente lo mismo: la foto de la foto en su lugar no le resultaba. Un día, luego de unas  tomas, al salir pasó por un jardín hermoso y sintió el deseo de hacer la foto ahí. Volvió a armar el equipo que ya había guardado y click: era lo que sin saberlo, estaba buscando. Esa es la línea por la que seguirá una de las series de Fotos al óleo, el retrato de la foto al óleo en un lugar extraño, uno que no era el asignado originalmente: como si al sacarlo del espacio donde la fotografía durmió durante décadas tras capas y capas de polvo, invisible ya para los dueños de casa y visitantes ocasionales, renovara todo su contenido.

Es así como aparecen esas fotitos apoyadas sobre una planta de zapallos, o sobre una cama inmaculada con una estampita descansando al lado, o clavada delante de una plantación de soja. Las fotos están dentro de lo que es el “espacio” de la familia, pero en un lugar distinto. Blanco explica: “Para mí este trabajo tiene que ver con la memoria. Y si yo te pregunto dónde está la memoria, no sabrías qué responderme, por eso para mí es más lógico que la foto esté en una planta de zapallo, que en un living, que sería un lugar muy literal y realista. Hay que ir hacia a otro plano, porque es en otro plano donde están los recuerdos. La memoria es un espacio misterioso, esa pregunta tiene más que ver con una foto capaz un poco surrealista”.

La otra serie dentro de Fotos al óleo, está integrada por las piezas que ella había coleccionado, y que son de personas sin identificar. Y que ahora fotografió, en vez de en jardines familiares, en el cementerio de La Chacarita. “Para mí las fotos al óleo se relacionan con la fotografía mortuoria.” Por eso, después de probar mil locaciones terminó haciéndolas en ese cementerio clásico y popular. “La fotografía se usó para rescatar al ser querido desde que se inventó –concluye Florencia Blanco–. Por eso este trabajo termina siendo sobre qué es la fotografía, qué es la imagen, por qué son tan importantes para nosotros los retratos.”

Las fotos al óleo que retrata Blanco finalizan su recorrido en Chacarita: entre las flores rojas de un árbol muy cuidado, o en la tierra misma, marrón, mezclada con otras cosas, hojas secas, ceniza, volvemos a hacernos estas preguntas.

 

Mercedes Halfon

2010