Viernes 10 de agosto de 2001
DIARIO LA NACION
En Salta,
la cámara escribe nuevos recuerdos de provincia
Desde la fotografía y el cine, la ciudad norteña se hace presente en Buenos Aires. Florencia Blanco expone fotos de su patria chica en el San Martin. Lucrecia Martel, Rodrigo Moscoso y Martín Mainoli, cineastas, también vuelven a casa.
Desde hace un par de años, Salta aparece con frecuencia en el universo de imágenes que nos rodea. No como paisaje natural, como folklore; más bien urbana y coloquial, en sutil u ostensible decadencia, vista a través de sus códigos sociales, de sus modos de decir, de entender, de construir una forma de ser común.
Las últimas imágenes nos han vinido del cine, pero ahora se suma el aporte de la fotografía, especialmente de la mano de la talentosa Florencia Blanco. Ella, como los realizadores Lucrecia Martel, Rodrigo Moscoso o Martín Mainoli, pasó la adolescencia en la capital de la provincia, se vino a estudiar a Buenos Aires y, con el distanciamiento que da el nuevo lugar de residencia, recupera el origen por medio de la cámara.
Los cuatro se conocieron hace tiempo en las escuelas de cine porteñas, y algunos de ellos trabajaron juntos. Florencia, que estudió Imagen y sonido en la FADU, se ocupó del casting de La ciénaga , de Martel, hizo una investigación de locaciones para La niña santa , próxima película de su amiga y colega, y será la camarógrafa y directora de fotografía de ese mismo film.
En estos días, más de treinta fotos suyas ocupan la Fotogalería del Teatro San Martín. Ese conjunto revela la peculiar mirada de la artista, que Martel, con agudeza, define como la de "una niña perdida que está mirando cosas que no le corresponden".
Es el fisgonear de una chica de clase media, ojos azules y piel blanquísima en un mundo ajeno pero cercano, en el que muchos, al saludarla, le dicen "hello". Es el mundo de los changos pobres que se bañan en el río y no en las piletas de las fincas de San Lorenzo, o que arman una boda ostentosa con uniforme militar y carísimo auto prestado.
Es el mundo de las casas de la antigua aristocracia que pronto morirán, sea porque esperan el mazazo decisivo, o porque sus dueños de siempre ya no están para cuidarla. Es también el mundo de los hombres de cualquier edad que sacan músculo cuando se les pide una foto, porque ésa es casi la única forma de posar en lenguaje norteño.
"Hay muchos prejuicios allá. El de ser rubio, ser hombre, ser fuerte, ser rico: siempre se ve a través de una de estas máscaras. Es como un régimen del terror, en el que se hace lo que dice el papá, lo que dice el jefe, lo que dice el cura", cuenta Blanco.
Su recorte, sin embargo, no pone el acento en la crítica, sino, más bien, en una observación algo azorada y de algún modo festiva de estos fenómenos. O, como prefiere decir ella, de un "contar el estado de las cosas", característica que comparte, matices diferenciales de por medio, con sus paisanos cineastas.
"El tema central es la forma en que los salteños construyen sus relaciones, sus formas de habitar, los distintos aspectos de su vida, todo de un modo bastante ocurrente", resume. Por eso, en las fotos, lo que prevalece es el festejo de la imaginación. Una imaginación, por cierto, atravesada por el kitsch, por la imitación invertida de modelos de elegancia que no persisten más que en diminutos círculos sociales en extinción.
Aunque vive en Buenos Aires desde 1989, el año pasado Blanco se instaló por cerca de nueve meses en Salta para hacer gran parte de este trabajo. "Cuando estoy allá no me puedo sustraer de lo que pasa. La ciudad me obliga a que me tenga que ver con ciertas cosas", dice.
Ese mirar desde lo cotidiano se advierte, además, en el momento en que Blanco define la toma. Suele utilizar trípode, y colocarlo a la altura de sus ojos, de modo de trasuntar en la foto el ángulo de registro que ella tiene en la vida diaria. Tampoco suele usar flash para interiores, por lo que ni siquiera este mínimo artificio interfiere en la captación de los detalles de ambiente.
La documentación del tiempo que fue es, en definitiva, el otro eje sobre el que giran estas imágenes. Algo así como el paso de una pureza original a una provocativa impureza que hoy, al cubrirlo todo, incita a la nostalgia. El presente, según Blanco, se rige por formas de interpretación del pasado, algunas de las cuales se fueron consolidando con el tiempo, y otras que se renuevan sin parodia pero que, a ojos extraños, resultan una ingenua aunque eficaz ridiculización.
"En Salta se da que la gente tiene caminos a mano y no los toma", remata Blanco, pero en lugar de énfasis, lo que se descubre en ella es una natural propensión a ver sin miedo.
Santiago García Navarro
2001